El silencio es el hall de entrada al templo.
La llave que abre la puerta de lo desconocido.
Escribir desde el silencio, hablar desde el silencio es abrirse a la Fuente del Conocimiento, volverse receptáculo de Su Agua desbordante.
En el silencio, lo Infinito se acerca y se desvela.
La caricia luminosa del Amor se hace palpable.
En la entrada del templo, están unos guardianes implacables: los pensamientos.
Se dedican a sus ocupaciones cotidianas, dan vueltas y, con su actividad frenética, prohíben el acceso al espacio sagrado del Divino Encuentro.
Esos guardianes sólo obedecen a un jefe: tu intención firme y perseverante de llegar adentro.
Durante mucho tiempo en tu vida, se creyeron la autoridad suprema. Les dejaste la mayor parte del tiempo los plenos poderes.
Su incesante barullo te mantuvo al exterior del lugar sagrado.
Retoma hoy el lugar que es el tuyo
Tu eres el huésped del templo, a la vez el que recibe y el que es recibido.
Habita el lugar que, por derecho divino te fue otorgado y reanuda el vínculo con la Gran Vida, que ahí como un torrente impetuoso, se derrama por la Eternidad.